25 de marzo de 2013

Salvador "EL GATO".

A mi abuelo materno, en el vigésimo aniversario de su partida.

Salvador "El Gato" siempre fue un hombre peculiar, no le gusto llamar la atención pero lo hacia a menudo porque era un ser especial y entrañable. No fue vividor, pero es la profesión que yo siempre le he dado, porque le hubiese gustado serlo. De toda la vida, fue un vividor que vivió la vida, envuelto en tabaco, sardinas y gambas. Como buen gato que se precie.

Era mi abuelo, a pesar de que se fue hace muchos años aun recuerdo miles de cosas y detalles de su ser. Su brazo apoyado en la ventanilla bajada de su coche, sus manos oscuras, su talante en traje de chaqueta y corbata casi a diario. Coqueto y perfumado. Como buen gato que se precie.

Saboreaba la vida como si cualquier día fuese el ultimo, y por eso se fue en paz. Devoró el sabor de la vida a cada minuto, envuelto en bromas y risas ajenas. Rodeado siempre de su gente, buena gente, buenos gatos donde se precien.

Él era el rey de su tejado, del tejado de todos los gatos, que es la estirpe de mi madre. Toda la vida dándose caprichos a él y a los demás. Toda la vida brindando por todos, y primero por el y después por todos sus compañeros, como buen felino.

Recuerdo bromas que ahora entiendo, con quienes le conocían, bien rodeado siempre de cómplices y testigos que hoy lo recuerdan mas que yo, porque al final siempre es lo que te queda, la raspa de la sardina que se comió un buen gato.


Viajes, ciudades bonitas, toros, zapatos de charol, vestidos de puntillas y uñas afiladas… a sus crías nunca les faltó de nada, ni un mimo, ni un capricho, ni un pellizco de pescado fresco. Gatos al fin y al cabo.

Mi abuelo siempre será un gato, recordado en todos los tejados de mi tierra y la que nos rodea. Qué feliz estaría viéndonos sonreír en familia, algo que nos enseñó, era su manera de vivir. Era un vividor, siempre en los tejados esperando la ultima carta de naipes que quemar, el ultimo céntimo que gastar; y el único amanecer que no fue suyo fue cuando se cayó del tejado para bajar a la tierra por siempre jamás.

Pero nunca antes descendió, y por supuesto no se tiró, lo suyo eran las alturas, donde nosotros permanecemos ahora, por él y por todos los gatos.

Como buen gato que se precie, sardinas y amanecer. Hasta que el sol se ponga estaremos maullando. Hasta que nos caigamos del tejado estarás con nosotros, ahora y siempre, Salvador "El Gato", el gato que tuvo más de siete vidas.

4 de marzo de 2013

La huella de Curro Piñana.


Llega un tiempo y una edad en la que te paras a pensar en flamenco, en experiencias y vivencias y te sientes mayor. Más mayor que tu propia edad, más de lo que te pesan los años, más que todo. Pero no se me quitan las ganas de abandonar el sendero, de seguir escuchando, viendo y aprendiendo, aunque el aprendizaje a veces te haga viejo.

Cuando yo tenía 14 años, en casa, nos recuperábamos del infarto de mi padre y poco a poco le iba saliendo de nuevo la voz. Más pausada y más limpia, más flamenca. Una noche de final de verano nos reunimos unos cuantos amigos de la familia e hicimos una reunión flamenca memorable.

Allí me presentaron a Carlos Piñana y Curro Piñana, a sus padres y demás familia. Acababan de despegar, y yo notaba entre cantes y palmas como con Curro tenía una afinidad que no notaba con nadie más de los presentes. Con 14 años no sabes casi nada, yo apenas sabía distinguir palos, compás, cantaores y algo de historia del siglo pasado de flamenco, cafés cantantes y festivales. Pinceladas de un cuadro más grande que el Guernica.

Curro había ganado la Lámpara Minera ese año, creo recordar, 1998. Su tierra había sido la primera en reconocerle su labor. Estaba estudiando psicología pero su estirpe es de las más flamencas de la Región y una de las grandes precursoras de los cantes de levante. Lo diré así, Currito tenía una garganta sana, sin adornos, y cantaba por derecho.

Nos veíamos en fechas flamencas: saetas de Semana Santa, Festivales de la zona, cumpleaños de amigos comunes y todo tipo de evento flamenco que se preciara. Carlos siempre fué más independiente, más creador de melodías con su guitarra, más hermético, más Piñana. Pero Curro era gracioso, era atento, educado, el feo de la familia, el que pululaba con unas y otras, el imitador, el burlón, el alma de una fiesta.

Tengo que reconocer que yo de los Piñana he aprendido mucho, pero mi fuente siempre fué este cantaor. Me explicaba un origen, una letra, me describía a un cantaor, me hacía ver la sensibilidad de las cosas, el arte de un movimiento, el saber disfrutar de un momento y quedarte con lo mejor. Me enseñó a valorar la esencia de mi padre y cuidarla como él siempre ha hecho desde que lo conoce.

Aunque para mi Curro es muchas cosas más que un simple cantaor, su cante hace años que no me llega como antes. Sus fusiones y sus incursiones con otras culturas no comulgan con mi forma de sentir el flamenco, a veces, me ha tocado el alma, pero instantes casi inapreciables, su voz se ha alejado del cante jondo. No soy amante del falsete, de las escalas líricas, de las modulaciones excesivas. Lo que son las cosas, quien te induce al flamenco después dejas de sentirlo.

Todavía coincidimos en casas amigas, y compartimos grandes momentos, y ahí es donde vuelvo a ver al gran cantaor oscuro y profundo. Un cantaor que suda, que se pelea con su cante, se revuelve con la guitarra, que gesticula flamenco, y que sale airoso de los tercios. Eso si toca, y hasta hace herida. Curro es un cantaor de cátedra aunque lleva su cante por otros mundos paralelos.


Y se ha nutrido de lo mejor, además de su familia, yo lo he visto aprender del compás de Chano Lobato, de la maestría de José de la Tomasa, de la fuerza de José Menese, de los romances de mi padre... Lo he visto ser esponja y hacer espuma. Aquí no se para de aprender nunca, él lo sabe bien.

Él es consciente de que lo quiero, que siempre le he tenido un cariño mágico, y mi familia también. Pese a que su cante no sea ya tan puro, es un sabio que colaboró con la labor de hacerme una buena aficionada. No sería una persona franca y honesta si no lo escribiera aquí. Gracias Currito, por las idas y las vueltas que tanto te gustan, por tus cantes de levante que tanto me gustan a mí, por enseñarme un camino, por estremecerme.

Nos vemos pronto, familia.